28 de diciembre de 2012

Argelia 1996

La francesa “De dioses y hombres” (“Des hommes et des dieux”), de 2010, es una de las películas más extraordinarias, entre las estrenadas en el último lustro, que este espectador ha tenido la oportunidad de ver. Extraordinaria por calidad estética y porque haciendo suyo el principio chestertoniano de que no hay estética sin ética, el director Xavier Beauvois ha filmado una obra de una energía moral poco común en esta época de vacía brillantez formal.
Y lo ha hecho sin dogmatismos, con realismo y veracidad, con un pudor exquisito ante los conflictos íntimos y las emociones de los personajes. Y formulando, calladamente, un discreto alegato por la tolerancia, la religiosa y cualquier otra.
 

La trama, con guión de Etienne Comar y el propio Beauvois, recrea los meses anteriores al asesinato tristemente real de siete monjes cistercienses pertenecientes a una misión en el Atlas argelino. Dicho crimen se produjo en 1996, en un momento de especial recrudecimiento del integrismo islámico más sanguinario en Argelia, y su correlativa represión por el ejército del país. Según testimonios recientes, la verdadera autoría del crimen no estaría esclarecida aún.
 

Con su ritmo contemplativo, plenamente acorde con el lento discurrir de la vida monacal, “De dioses y hombres” es cine de gran hondura. Como botones de muestra, es suficiente con seleccionar tres momentos que son puro cine y pura verdad. Dos de ellos son, además, de tal sencillez, que podrían pasar desapercibidos: la conversación en la que un viejo monje le explica a una joven musulmana cómo se manifiesta el amor; y un plano general fijo que fusiona armónicamente a dos monjes con su coche averiado, a un grupo de mujeres argelinas que les ayudan a arrancarlo, y al amplio paisaje del Atlas que los circunda. Y no ha bastado más que eso, ese breve y bellísimo plano fijo situado en el momento adecuado de la película en el que cobra toda su significación, para darnos la esencia de la película.
El tercero, por el contrario, es uno de los momentos álgidos de la película, el de la última cena que comparten los frailes, una sinfonía de rostros/emociones modulada por “El lago de los cisnes” de Tchaikovky. Unos minutos de una belleza indescriptible.
 
El conjunto de los actores está insuperable, todos los intérpretes parecen haber alcanzado una completa empatía con los pensamientos y emociones que debieron transitar por las cabezas y los corazones de los monjes durante aquellos trágicos momentos. Desde el hermano médico - un pozo de sabiduría - que encarna Michael Lonsdale, hasta el valiente prior que interpreta Lambert Wilson; pasando por los frailes más dubitativos, más frágiles en su fe o su sentido de misión, quizás los más difíciles de insuflar credibilidad, como el hermano más volcado en las tareas agrícolas, que es también el más joven y en quien percibimos de una forma más intensa y dolorosa sus dilemas interiores, su crisis de fe - una matizadísima creación del actor Olivier Rabourdin.

Desconozco las otras películas dirigidas por Xavier Beauvois, también actor en films como “Villa Amalia”, “Adiós a la reina” o “Ponette”. Pero solamente “De dioses y hombres” le sitúa ya como un maestro de la verdad del cine.