5 de marzo de 2012

El fallido Hoover de Clint Eastwood

Es evidente hasta qué punto Clint Eastwood filma tanto mejor cuanto más le gustan o comprende a sus personajes. Contempla con intenso afecto a la pareja de amantes de “Los puentes de Madison” (1995), especialmente a la Francesca de Meryl Streep; al noble solitario de Matt Damon en “Más allá de la vida” (2010); al viejo cascarrabias interpretado por él mismo y al chico vietnamita de “Gran Torino” (2008); también al autodestructivo y libérrimo honkytonk man que borda en “El aventurero de medianoche” (1982), al que mira con el sobrio cariño del sobrino del personaje; y con ese afecto contempla también a los hawksianos veteranos astronautas de “Space Cowboys” (2000). Y se trasluce una profunda comprensión por las razones de ese ladrón dibujante que quiere recuperar el afecto de su hija en “Poder absoluto” (1997), por el indestructible espíritu de lucha de esa madre que busca a su hijo desaparecido en “El intercambio” (2008) o, finalmente, por la ética personal del fugitivo que encarna Kevin Costner en “Un mundo perfecto” (1993), donde nuevamente encontramos la mirada de un niño (puro “Moonfleet” de Fritz Lang).


Pero J. Edgar Hoover, el todopoderoso y legendario fundador del FBI, no parece gustarle en absoluto, y aunque se esfuerce junto con el guionista Dustin Lance Black por entender sus motivaciones más íntimas, lo cierto es que se les hace difícil comprenderlo y de eso se resiente la película.
Me ha decepcionado bastante el último film de Eastwood, “J. Edgar” (2011), una película biográfica sin brío, de narración frecuentemente apagada, estructurada con un exceso de saltos temporales que rara vez confieren un sentido a lo que se pretende mostrar. Una película que sólo parece remontar el vuelo en aquellas secuencias que muestran los primeros compases de la relación homosexual entre Hoover y su segundo de a bordo en el FBI Clyde Tolson (Armie Hammer), o en alguna otra esporádica como aquella en que Hoover le pide matrimonio a la que será su secretaria (Naomi Watts) en la biblioteca del Congreso.


Quizás sea pertinente la comparación de “J. Edgar” con el “Nixon” (1995) de Oliver Stone, en cuanto
a lo que ambas tienen de estudio reciente de un individuo ávido de poder y reconocimiento, y de las más profundas motivaciones de sus comportamientos.
Stone equiparaba al obsesivo presidente con el Macbeth shakespeareano, y quizás pecaba de pretencioso en su enfoque, pero su película, plena de barroquismo y de puesta en escena espasmódica, así como finalmente ambigua en su retrato de Richard Nixon, conserva sin embargo un notable vigor y logra darnos la medida y el fondo que buscaba para el personaje, se correspondiera más o menos con el Nixon real.
Sin duda uno particularmente prefiere un enfoque concisamente clásico a uno barroco, pero siempre y cuando el primero no derive hacia la falta de emoción y de vigor narrativo, hacia la atonía y la frialdad, hacia los cuales se decanta este “J. Edgar” a pesar de algunas explosiones pasionales como esa pelea de amantes que termina con Tolson besando la boca ensangrentada de Hoover.


El inquietante Hoover ha gozado de muy buenos intérpretes en el cine, la televisión y los escenarios: Bob Hoskins (en el “Nixon” de Stone), Ernest Borgnine, Pat Hingle, Treat Williams, Richard Dysart, Jack Warden, Vincent Gardenia, Kelsey “Frasier” Grammer, o el gran Broderick Crawford, cuya interpretación en la apetecible “The Private Files of J.Edgar Hoover” (1977), de Larry Cohen, recibió una muy calurosa acogida en su estreno.
Y ahora le ha tocado el turno a Leonardo Di Caprio, cada día mejor actor gracias al impulso de Spielberg y Scorsese, que está magnífico como Hoover joven, y sale airoso en las escenas del Hoover viejo, sorteando el escollo de la mala caracterización de los actores en sus personajes como ancianos, de la que sobre todo sale mal parado Armie Hammer.