17 de junio de 2011

Ava, la juerguista

He releído con la pasión de la primera vez “Beberse la vida. Ava Gardner en España”, del crítico teatral de El País Marcos Ordóñez. Una extraordinaria crónica de los muchos años que “el animal más bello del mundo” vivió y disfrutó en España, y en concreto en Madrid. El libro no es una biografía aunque por supuesto se completa con el antes y el después de Ava en España (entre 1953 y 1968), sino una crónica donde sabiamente el autor cede la palabra a aquellos que conocieron a la estrella, ensamblando los testimonios de unos y otros de forma que nos dan el perfil de la retratada y hacen avanzar la acción.

Crónica de miles y miles de farras, de Chicote a Villa Rosa, de Oliver a tablaos míticos como El Duende, de la Cervecería Alemana de la Plaza de Santa Ana (cuartel general del clan Dominguín) al club de jazz que montó Nicholas Ray en María de Molina (llamado Nickas), en un Madrid nocturno y crápula, el de los años 50 y 60, en el que se mezclaban aristócratas, actores, toreros y artistas del flamenco, que llevaban una vida libérrima de espaldas a la dictadura.

Hay fragmentos en el libro que son verdaderas piezas maestras como el del visón blanco, narrado alternando los testimonios de Enrique Herreros y Perico Vidal.
Un episodio con fama de leyenda apócrifa que el libro confirma como real. Sinatra tocaba el piano en el bar del hotel Felipe II de El Escorial y llamó a Ava, que estaba en Madrid y comenzó a susurrarle canciones de amor por teléfono. La Gardner se personaba en el hotel al cabo de una hora, completamente desnuda bajo un abrigo de visón blanco, mientras que Sinatra seguía cantando al auricular pensando que aquella seguía al otro lado. Ava lo abrazó por detrás, le colgó el teléfono y, sin que mediara palabra entre ambos, se marcharon a la habitación.

El profuso anecdotario no tiene desperdicio. Como botón de muestra, ese terrible y al mismo tiempo divertido episodio que cuenta Carlos Larrañaga a propósito de una fiesta en el dúplex que ocupaba Ava en el 11 de la calle Doctor Arce, y en el que su vecino de abajo era nada menos que el general Perón en el exilio. Las relaciones vecinales entre Ava y Perón eran pésimas, y en una alta madrugada Larrañaga abrió la puerta de la casa para encontrarse de sopetón al general rodeado de dos escoltas y apuntándole a la cabeza con una pistola, mientras se quejaba: “No puedo aguantar más esto…”.

A lo largo del libro se suceden los maridos y amantes de Ava: Dominguín, Howard Duff, el guionista Philip Yordan, Walter Chiari, el violento George C. Scott, Carlos Larrañaga, Artie Shaw, Mickey Rooney, y, sobre todos, Frank Sinatra. Y frecuentes one-night stands.

Y, siempre presente, el alcohol, que casi se diría el verdadero motor de la vida de Ava: “Para ser claros, menos el alcohol de quemar, se lo bebía todo” (Agustí Bofarull), “Era indescriptible lo que podía llegar a beber” (Teddy Villalba), “Se cogía unas borracheras cósmicas” (Perico Vidal),…
Unanimidad al respecto sólo comparable a la de los testimonios sobre su aguante nocturno y su extraordinaria capacidad de recuperación.

El libro casi tiene un coprotagonista que planea por todo él, Sinatra, cuya historia de amor con Ava se hace eco del “ni contigo ni sin ti” del bolero, y a la que sólo iguala en exuberancia y turbulencias la de Richard Burton y Elizabeth Taylor.

Quien quiera conocer el mito Ava en unas pocas películas cedo la palabra al director Jaime Chavarri: “Hay cinco películas que convierten a Ava Gardner en un icono. Cada uno tiene las suyas, pero yo creo que las fundamentales son “Forajidos”, “Pandora y el holandés errante”, “Las nieves del Kilimanjaro”, “Mogambo” y “La condesa descalza” ”.

A mí particularmente, la Ava que más me gusta, por su actuación y sus personajes, es la de “Mogambo” (1953) de John Ford y “Cruce de destinos” (1956) de George Cukor.

“Beberse la vida” es un amenísimo y riguroso trabajo de investigación periodística, y un libro con el que disfrutarán enormemente los madrileños noctámbulos incluso aunque no les guste el cine.