26 de octubre de 2011

Elipsis



Estos fotogramas correspondientes a “Lawrence of Arabia” (1962) de David Lean suponen una bellísima, quizá de las más bellas, elipsis del cine.
Para un gran narrador cinematográfico es indispensable manejar con soltura la elipsis, que en una definición sencilla viene a ser un salto en el espacio o en el tiempo, o en ambos al mismo tiempo, dentro de la narración. Por añadidura, una elipsis puede tener un carácter simbólico (como en la celebérrima de “2001, una odisea del espacio” de Kubrick en la que el hueso se transforma en un satélite: el relato ha avanzado millones de años y queda además expresado el salto en el progreso humano), o plástico, como la que nos ocupa, que cumple su esencial función de hacer avanzar la acción en el espacio y en el tiempo sin fárragos innecesarios, y, al mismo tiempo, es acorde con el esplendor visual de la película.

A continuación la describo. En un plano vemos al Lawrence de Peter O´Toole, al que acaban de asignar una misión en el desierto, mirar fijamente y a continuación soplar sobre una cerilla, seguido por otro plano de una lenta salida del sol en el desierto, una preciosa manera de introducirnos de lleno y directamente en la aventura. La cerilla ya ha tenido su significación en una secuencia anterior, en la que Lawrence, de temperamento masoquista, ha apagado una cerilla con los dedos sin expresar el más mínimo dolor, respondiendo a una camarada: “Por supuesto, duele...el truco es que no te importe que duela”.

¿Y qué decir en unas pocas líneas de “Lawrence of Arabia”, de la que tanto se puede comentar?:
Que es un gran fresco épico y un retrato lo más exhaustivo posible sobre un individuo enigmático y de múltiples recovecos, una película “completa” en el sentido que Juan Ramón Jiménez quería para la poesía, es decir, perfecta e imperfecta. Perfecta en el logro de una épica cinematográfica que ya a pocos cineastas parece interesar, en el planteamiento de las múltiples facetas del personaje principal, en la deslumbrante imaginería de Frederick A. Young, en la descripción de los filisteos intereses de la alta política, y en algunos encuadres, elipsis y metáforas de una sutileza magistral. Imperfecta por algunos fragmentos innecesariamente largos de la segunda parte, en la tosca caracterización de los personajes árabes (sobre todo del que encarna con poca fortuna Anthony Quinn), en momentos donde Lean exhibe vicios estilísticos o una molesta tendencia al subrayado y a cargar las tintas, reforzados por la exageración con que O´Toole interpreta algunos rasgos del personaje.

Si “Lawrence of Arabia” empieza con una de las elipsis que más me gustan, por otra parte también concluye con una de mis metáforas favoritas, a la que se llega después de 217 esplendorosos, aunque con altibajos, minutos.

11 de octubre de 2011

Redención

Vaya por delante que lo que menos me gusta (y casi lo único) de “No habrá paz para los malvados” (2011) es su título, pienso que le da un aire como de cómic de superhéroes a una película muy rigurosa en forma y contenido, a un thriller realmente magnífico que consolida al bilbaíno Enrique Urbizu como uno de los mejores cultivadores del género policíaco no sólo en España sino también en Europa.

La fuerza de la película recae, antes que en la trama que mezcla terrorismo yihadista y narcotráfico, en el personaje principal del policía Santos Trinidad que encarna José Coronado: un comisario desarraigado, asocial, alcohólico, racista, de una dureza e inteligencia profesional extraordinarias, un asesino implacable nada más comenzar el film, con un turbio pasado sobre el que se proyectan abundantes sugerencias, como sobre el del legendario Ethan Edwards de John Wayne en “Centauros del desierto”, personaje con el que comparte el desarraigo y el racismo. 

El estilo de la película se aproxima felizmente a la invisibilidad, es decir, a esa puesta en escena que no se nota, que no alardea de brillantez ni virtuosismo, en el que los encuadres, la iluminación y los movimientos de cámara tienen por única finalidad otorgar la máxima claridad posible a la historia y a lo que se cuente o sugiera sobre sus protagonistas.

Palabras como concisión, sequedad, funcionalidad (“un plano es bueno porque es correcto”, que diría Roberto Rossellini) se ajustan como un guante a la labor de Urbizu.

Pero es que además, Urbizu y su guionista Michel Gaztambide (colaborador desde “La caja 507” en 2001, y muy probablemente clave en su notable evolución) tienen el buen gusto de entregarse al viejo arte de la sugerencia, sin explicar o llegar al fondo de algunos aspectos, permitiendo a cada espectador que especule libremente con sus propias conclusiones.

Pero no nos olvidemos que un buen thriller no puede limitarse a ser un notable retrato de personajes, la propia esencia del género y el propio significado de la palabra inglesa (de to thrill: emocionar, estremecer) demandan una trama y un ritmo que mantengan al espectador en vilo hasta la conclusión. Y “No habrá…” lo logra eficazmente.


Hay una escena que en su aparente irrelevancia es una formidable prueba del experimentado talento de este director, quien mediante una puesta en escena muy sencilla apunta rasgos de los personajes sin explicitarlos. La jueza que investiga los asesinatos que abren el film y un alto cargo de la policía se citan en un restaurante a petición de la primera para profundizar en aspectos del caso que atañen a una defectuosa actuación policial. Se sientan frente a frente. Un simple plano-contraplano. Ella aparece a la derecha dentro del encuadre, en el hueco de la izquierda una blanquísima luz inunda el espacio; por el contrario él se sitúa a la izquierda en el encuadre, quedando a su derecha el trasfondo de una pared oscura. Elegante y sencillísima forma de confrontar la transparente personalidad de la jueza con la opacidad que rodea al comportamiento del jefazo policial, con un poder de sugerencia que casi hace innecesarios los diálogos.

Estamos ante el inmejorable regreso de Urbizu después de 8 años, desde que en 2003 estrenara “La vida mancha”, que era una curiosa y notable adaptación del western “Raíces profundas” a un universo contemporáneo de camioneros y partidas de póker clandestinas.

Mención aparte merece la interpretación de un José Coronado que está soberbio, componiendo con contención y depuración dignas del Alain Delon de “El silencio de un hombre” un personaje sobre el que muchos actores más prestigiosos y/o brillantes hubieran cargado ampliamente las tintas, exagerándolo y haciéndolo más exuberante en detrimento de la verosimilitud.
Este reciclaje del “guaperas” Coronado en sórdido policía corrobora el fino olfato de Urbizu en la selección de actores, no en vano anteriormente había logrado metamorfosear al Resines de la comedia madrileña de los Trueba, Colomo, García Sánchez,..., en un policía precursor del Santos Trinidad de “No habrá...” en “Todo por la pasta” (1990). En la película que nos ocupa, esta selección de actores me parece también particularmente atinada y casi se diría que a contracorriente en el caso de la actriz que interpreta a la íntegra jueza Chacón, Helena Miquel, cantante del grupo Facto Delafé y las Flores Azules con una única película previa en su haber.

Volviendo al inmejorable trabajo de Coronado, y a los prejuicios que ha debido sufrir este actor, me ha venido a la mente aquello que escribió el gran Manolo Marinero allá por 1980 en su libro “Humphrey Bogart”: “Hay algunos entendidos que siempre admirarán más a una actriz fea y a un actor calvo, sin atractivo, o bajo de estatura, que a una actriz de banderola, o a un actor macizo y atractivo”.

“No habrá…” es una atípica historia de redención y una de las mejores películas españolas de la temporada.